miércoles, 27 de febrero de 2008

El camino de Extremadura

Salamanca-Zarza la Mayor. 185 kilómetros. Años, muchos años después, rumbo a Extremadura por donde los cordeles de merinas, sendas de espigadero y brezo a punto de florecer. Nieblas espumando el valle desde la fuente del Puerto de Perales, salpicando de bruma la verde alfombra de las laderas, tachonada de mimosas amarillas la vereda que en tiempos contaba hasta 369 curvas antes de alcanzar la falda del monte. Y como esperábamos Tomás padre y Tomás hijo, entre las horas de este miércoles, como todos los días pero hoy más que nunca, se nos apareció Tomás abuelo.

Volvimos sin volver a La Fraila, cruzando en sueños el romano puente de Alcántara. Distinguimos el rebaño, y los charoleses, y en el paseo por las calles de Zarza, como si surgiese de entre las encinas, a Francisco, abuelo ya próximo al que abrazamos y así abrazábamos un poco a abuelo Tomás. Porque hoy no estaba pero ha sido su día. La última vez que le vi fue la primera que me vio de azul. Fue por la Pascua trece años ha. Fue dulce el adiós porque no era una despedida. Era un domingo de primavera, cuando el campo se viste de cielo y el cielo se mira en el campo.

Él, muy suyo siempre, prefería la otoñada. Gustaba de calarse el sombrero y empaparse de las lluvias de septiembre, de octubre, del noviembre de La Fraila. De tomar a menudo el camino de Extremadura como hoy hemos hecho nosotros, herederos de su nombre y de sus caminos.

sábado, 23 de febrero de 2008

La ciudad que olía a Jueves Santo

"¿Pero vas a poner en el blog todas las cofradías que estamos viendo?", se preguntaba el guía de nuestra excursión de cuatro, a falta de dos que suman seis.

Tenía delito que a mi edad no hubiera puesto el pie en esa Castilla meridional que es Andalucía. Enmendé mi plana el pasado fin de semana, cuando tres días intensos y kilométricos en Sevilla me hicieron recuperar en cierto modo el tiempo perdido. Volveré, claro que sí. Porque tres días son casi nada. A estas horas Estela, Jesús, Álvaro y yo pensábamos en la siesta reparadora para seguir viendo recoletas capillas y grandilocuentes altares de cultos, donde las vísperas se juntan con las octavas y el humo de la cera ardiendo se confunde con el del incienso. Sevilla de naranjos, de laberintos de callejuelas y casas blancas. Sevilla de la que se ha escrito tanto. Donde todos los caminos conducen a alguna iglesia, y todas las iglesias tienen un azulejo, y todos los azulejos muestran un Cristo o una Virgen que a un sevillano le ha puesto en camino. Sevillanos que se arremolinan cuando en la noche vuelve Pasión a la iglesia colegial del Salvador en sencillo y hermoso traslado. Sevillanos de alta alcurnia en los patios cofradieros del Silencio o la Mortaja. Sevillanos que ensayan las horas procesionales en una madrugada de invierno, y el paso es un vehículo más sin que nadie ose utilizar el claxon. Sevillanos negros del Santo Entierro, azules de Montserrat, encarnados de La Lanzada, blancos de la Amargura. El Descendimiento íntimo de la Quinta Angustia y la elegancia sobria del Calvario en La Magdalena. El olor de Jueves Santo elevado a la máxima potencia en el templo de la Anunciación surgido de la mixtura Valle y Amor. O la sencillez de todos los santos sencillos hermanándose Los Javieres y el Carmen Doloroso. La Eucaristía reciente en la capilla de Los Panaderos, la que nos encontramos a los pies del Cristo de Burgos, la que procesiona la hermandad de La Cena, la que celebramos en la catedral trianera de Santa Ana revestida de una Estrella de domingo, cuando la lluvia en Sevilla no es una maravilla pero en la calle Pureza sí. Sevilla de la Universidad y la Plaza de España oxigenadas por el parque de María Luisa. Sevilla de viernes del Gran Poder, el vecino de la Soledad de San Lorenzo. Sevilla que pronuncia con veneración el Dulce Nombre de Jesús y hasta la saciedad el de María, a la que llama Macarena. Sevilla que se pone la cruz a cuestas en Los Gitanos y se atraviesa el corazón por siete espadas en Los Servitas. Sevilla maestrante y torera del Baratillo, desnuda del Despojado. Sevilla de recovecos en Santa Cruz. Sevilla que cruza el Guadalquivir y musita en la capillita del Carmen una plegaria de adentramiento en Triana, que es otra historia. Es asombro de La O hecho último aliento del Cachorro y Esperanza de los marineros por tres veces caídos. Sevilla en estado puro. Campana, Sierpes, Plaza de San Francisco. Pues mira, Jesús, al final sí he logrado acomodar en esta carrera oficial las veintinueve cofradías que vimos. Veintiocho en sus iglesias y una afirmando su fe, la nuestra, por las calles de esta ciudad que nos puso en camino, nos acogió cálida y lluviosa (habiendo cuatro azules era inevitable), nos abrió sus puertas y nos citó para la próxima, sin dejar de oler a Jueves Santo.

martes, 19 de febrero de 2008

Su pueblo y el mío

Apenas me restan unos capítulos, páginas escasas que me resisto a consumir. Es lo que se hace con los libros queridos, en los que hasta el papel tiene otro tacto y los personajes son como de la familia. Libro de biblioteca. Deforme. Gastado. De infinitos lectores. Quizá algunos lo dejaron a medias; otros se resisitirían a devorarlo. Prefirieron, como yo, la delectación. Aún cien páginas hasta concluir "El obispo leproso", continuación de "Nuestro Padre San Daniel". Las dos novelas de Oleza. De Orihuela, su pueblo y el mío. La protagonista es Oleza, y su pompa y su circunstancia a la orilla del Segral, del Segura. A la sombra de sus canonjías y sus abolengos, nave varada de capellanes y apellidos, anclada en el muelle de las apariencias. Otra Iglesia, otro siglo, otra España. Oleza de procesiones y familias, de incienso que oculta el misterio, de barracas y huertanos, de carlistas y liberales. Acostumbrada a las costumbres hasta hacerlas leyes de las que hurgan en la herida de la libertad del individuo. Dramas y lutos. Llagas y llantos. Miedos y luchas. Palacios y Palacio.

Y el Ángel. El enamoramiento prohibido de María Fulgencia, que se trae de Murcia al convento olecense/oriolano la pasión angélica por el Ángel de Salzillo, vigía de Getsemaní que así describe Gabriel Miró en boca de uno de sus personajes: "No quiso un ángel con espada, con laúd, con rosas. No un ángel de ímpetu, ni de suavidad ni de gloria: ángel fácil, de buena vida. Nos dejó el Ángel más nuestro y el que estuvo más cerca del dolor humano de Dios; el Ángel que descendió al huerto lleno de luna, para confortar al Señor en la noche de sus angustias". Ángel al que mirar para rezar las esquinitas de una noche santa y buena, cuando la sonrisa es el mejor dibujo. Cuando los dibujos no tienen título pero los días se vuelven siameses.

lunes, 18 de febrero de 2008

El Descendimiento vuelve a casa

Vuelve a casa por Viernes Santo. Su día, su tiempo. Y por fin, o de momento, su lugar. La buena nueva nos llegó a algunos azules que estábamos en la sevillana Plaza de la Encarnación, tomando café al calor de la cálida noche de viernes. De vez en cuando, hay viernes aderezados con Pleno de la Junta de Cofradías de Semana Santa. Que deberían ser sesiones en las que discrepar con ardor pero coincidir con amor, en las que dialogar con vehemencia pero acordar con paciencia. Pero no. Noches de ésas, pocas. Y la última no fue una de ellas. No estuve allí, claro, pero no me resisto a estampar unas pinceladas de "la otra Semana Santa" en este lienzo que transita por curvas menos peligrosas. He querido ilustrarlas con el proyecto presentado por la Vera Cruz tanto al Vicario General de la Diócesis como a la citada Junta el pasado 28 de noviembre. Más que proyecto, unas consideraciones: algunos fundamentos y unas cuantas pautas para debatir. Son las palabras que despertaron una vez más reproches incomprensibles por aquellos que guardan todo el año el silencio de los inoperantes. Nada en contra de ellos. Tan solo, reclamar el derecho a operar, a no dormir el sueño de la tradición espesa y nostálgica. Porque no es de recibo que el presidente de una cofradía utilice despectivamente el término "curilla" en una reunión de este tipo: ¿éstas son las cabezas visibles de un laicado comprometido? No es aceptable que otro veterano jerarca curtido en mil procesiones se rasgue las vestiduras y acuse a la Vera Cruz de "copiarnos el Vía Lucis": ¿tiene el copyright de este acto su congregación o por el contrario es un ejercicio piadoso recomendado por la Santa Sede para todas las comunidades de la Iglesia universal? Sonroja que se empleen términos como "batalla" o "guerra", que no merecen contestación y no la obtuvieron. Asquea, en fin, tanto interés en emular al perro del hortelano. En 2008 el Descendimiento vuelve a casa pero me temo que en 2009 volverán con la burra al trigo. Será en febrero si no en marzo; hasta entonces, barbecho, la especialidad de la casa.

lunes, 11 de febrero de 2008

Terraza con vistas

Panorámica Hospital Los Montalvos
El camino es corto en el espacio pero se alarga en el tiempo. Nunca se saben allí ni el día ni la hora. La mesa es amplia para escribir las últimas cartas, o las primeras. Hay tercer cajón para guardarlas y ventanas amplias para aventar los trozos de papel. Las persianas están a medio bajar y se intuyen las encinas por las rendijas. Los párpados, a media asta. Los ánimos, por los suelos quizá, pero serenamente aterrizados. La procesión irá por los adentros, tocando con la punta de los dedos unas afueras de sonrisas forzadas. Rictus de resignación. Curvas y hojarasca. Batas blancas. Cánulas. Toses. Vasos de agua duros de roer. Tardes dicharacheras de verano que son sólo recuerdos en mañanas calladas de invierno. Pañuelos al cuello. Ojos al frente. De espaldas a la musa y al lienzo. Hijos que no vienen. Que ya no vendrán. Copas de encinas tupidas de amargura en la calle de los silencios. Una calle Melancolía de terrazas con vistas a las que da vértigo asomarse porque la muerte es nítido horizonte.

viernes, 8 de febrero de 2008

¿Tienen mesa para nueve?

Vuelvo una semana atrás y me ubico en un punto indeterminado de la provincia de Burgos, entre Briviesca y Miranda de Ebro, a bordo del tren Salamanca-Hendaya. No viajaba en tren desde una de las visitas a Las edades del hombre en su edición abulense. Luego había llovido, como nos llovería la noche del viernes en Vitoria. RENFE no fue puntual, porque llegamos con seis minutos de adelanto sobre el horario previsto. Lo suficiente para rendir los honores de ordenanza a los/las (¿?) komunak de la estación gasteiztarra (o sea, los aseos) y que al salir llegase Quique a los andenes. Y desde entonces, aurrerá de la segura mano del anfitrión. La ruta desde la estación hasta su casa nos sirvió para dibujar la silueta del casco antiguo, pequeña y escarpada almendra que corona esa Catedral con los huesos al aire, con los secretos a medio desvelar en la segunda parte de "Los pilares de la Tierra". De ahí la presencia de Ken Follet junto a las piedras y andamios del templo, y es que "Un mundo sin fin" bebe del agua gris y vieja de esta seo abierta por obras, como enuncia el lema turístico. Si la vieja Catedral corona la almendra, a sus pies se halla la Plaza de la Virgen Blanca, cerrada por obras. Debe ser que en Vitoria ya no quedan fábricas de flores, porque el Ayuntamiento ha optado por sustituir todo el exorno vegetal por losas más nuevas pero más grises que el agua catedralicia. Yo podría recomendarles un inmejorable proveedor. En el centro del ágora, resiste a las excavadoras el monumento "A la batalla de Vitoria", subtitulado en su basamento "A la independencia de España"; aunque alguien oscureció la palabra España, se sigue leyendo en la distancia. Y si no se leyese, se sobreentendería como es natural. Al cabo del fin de semana, unos cuantos paseos terminaron por empaparnos del meollo de la ciudad. De su Carnaval participativo y exultante de comparsas y disfraces y de su San Blas de bendición y carritos de la compra que por un domingo salieron a la calle. De sus txapelas de chocolate. De su cinturón verde, sus centros cívicos, sus ciclistas por las aceras. De sus herriko-garitos y su Corte Inglés. De su Misa de domingo en parroquia moderna con notable retablo barroco y un paso de la Cena de Olot listo para procesionar.

Vitoria fue el campamento base, donde fuimos llegando los expedicionarios. Mercedes y yo, los primeros. De anochecida el tándem procedente de Zaragoza, Tere y Gonzalo. De noche cerrada, porque se les antojó dar un garbeo por Burgos, los cuatro jinetes del Apocalipsis: Miguel, Fer, Rodi y Omar. Porque cualquier diferencia de lo ocurrido con el Apocalipsis es simple coincidencia. Secreto de sumario... pero hay fotos, vídeos, y hasta pruebas periciales de cuyo contenido no quiero acordarme. Menciono los pecadores pero no los pecados. (Vale, chicos, yo también soy apocalíptico por momentos...).

Teniendo San Sebastián a una hora, el sábado se lo teníamos que dedicar a La Concha y a Ondarreta, al "Peine de los vientos" y al Kursaal. A las calles elegantes de una ciudad elegante. A su Salamanka pasealekua en la desembocadura del Urumea. A los pinchos más caros de la historia en un casco antiguo ambientado por la animosa (y engullidora) afición del Éibar que esa tarde jugaba contra la Real en Anoeta. Me queda la espina clavada de no haber situado Atocha: para la segunda visita.

El regreso desde Donosti hasta la pensión Amaia merecería no una entrada, sino una denuncia al Defensor del Pueblo: ¡con menuda travesía nos obsequió el GonzaloPS! Aquello era la etapa reina de la Vuelta al País Vasco. ¡Y con nocturnidad! Toboganes, curvas, revueltas, arcenes imaginarios... De tal manera, que una cama dura y una almohada incómoda nos hicieron exclamar: ¡hogar, dulce hogar!

Llegados al verdadero hogar no dejamos de recordar las incontables peripecias y, aun incontables, se las contamos a quienes nos faltaron allí, porque lo suyo hubiera sido titular... ¿Tienen mesa para veinte? El viento nos hubiera peinado a todos con su caricia vigorosa y caliente. Entonces, ya estamos tardando en maquinar la próxima escapada. El miércoles que viene, reunión de urgencia.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Mas polvo enamorado

Cuenta atrás. Prisas y nervios. Esqueletos de mesas abriéndose camino por las callejuelas de Zamora un Martes de Carnaval que al llegar a una nave de un polígono industrial de Salamanca ya se llaman armazones de carrozas en vigilia de Miércoles de Ceniza. Caperuces apuntando al cielo como apuntan al cielo los capuchones. Reuniones de última hora (eso siempre) e improvisaciones por doquier (ah, la tradición). Palabras y obras. Cuaresma teórica y casi anti-Cuaresma práctica. Apenas silencio. Demasiado ruido, también de sables. Placer perdido, que se escurre entre los dedos. La Semana Santa. Otra Semana Santa. Los otros. Nosotros.

Serán ceniza, mas tendrá sentido.
Polvo serán, mas polvo enamorado.

Seremos.

lunes, 4 de febrero de 2008

Esa cosa llamada libertad

No iba a decir nada sobre la gala de entrega de los premios Goya, concedidos por la Academia del Cine para reconocer lo bueno que en este campo se haya hecho en España durante 2007. Años atrás iba yo más al cine, pero lo tengo, más que nada por pereza, algo abandonado. Contadas películas me llevan a la pantalla grande, y más de la mitad españolas. Pocas no obstante. Muy pocas. Y no me llama la atención la gala. Desde aquel año en que fue un mitín político, además me despierta cierto recelo, por aquello de la doble vara de medir. Libres somos todos de opinar, pero ciertas opiniones se desautorizan cuando pecan de incoherencia. Entonces, para leer cine remito a Preguntas y Flores y a Los cristales de los otros en mi elenco de buenas gentes. Por mi parte, no me resisto a comentar una frase del premiado con el Goya al mejor actor protagonista, Alberto San Juan. Dedica el premio, entre otras muchas personas, "a la disolución definitiva de esa cosa llamada Conferencia Episcopal". ¡Viva la libertad! No sé si habrá leido como yo la nota de la CEE ante las elecciones generales de marzo, pero sí parece que no acostumbra a guiarse por el magisterio de los obispos, luego no comprendo sus ganas de que se disuelva su órgano colegial. Yo no frecuento los espectáculos de su grupo de teatro y no por ello reclamo su desaparición. Tampoco atiendo a las directrices de ningún partido político y con esto no lucho por la supresión de los mismos. Pero claro, la Iglesia es otra historia, es la enemiga del "progreso", la causa de todos los males que en el mundo han sido.

La nota episcopal es más de lo mismo: doctrina eclesial consolidada. No chirría un ápice al compararla con el capítulo IV de la Gaudium et spes. Los ánimos sin duda están encrespados y cualquier agente externo al mitín, a la propaganda, a la dialéctica política que se sirve siempre del mismo lenguaje, en uno y otro lado del manido espectro "derecha e izquierda", escuece y molesta. Poco importa que la nota aspire a que "nadie se sienta amenazado" o que pretenda no ser vista como un "peligro para la libertad de los demás". Los destinatarios son claros: los católicos y los que quieran escuchar a los obispos. Escuchar. Acoger una propuesta que nunca es imposición. Exaltando siempre la sagrada libertad de los hijos de Dios del capítulo V de la carta a los Gálatas. Si en una nación que se dice democrática los jerarcas de una confesión no pueden dirigirse a los fieles, siempre que no les estén llamando a contravenir los principios constitucionales, los derechos de la persona, ¿dónde queda la libertad religiosa? Perdida entre las brumas, difusa como tantas otras verdades establecidas. Si además se excluyen del debate electoral las distintas actitudes que el candidato que nos pide el sufragio va a tomar sobre todos los temas relevantes del gobierno de la nación, por ejemplo la postura ante el terrorismo, ¿cómo podremos votar en conciencia? A esto apela la nota. A la conciencia. Que el creyente hallará en el regalo de la fe en Dios y su Iglesia y el no creyente en sus principios morales tan respetables como los del creyente. Para este viaje de libertad no hacen falta las alforjas de ninguna disolución.

viernes, 1 de febrero de 2008

Extrañas compañeras de cama

Dice el refrán británico que "la política hace extraños compañeros de cama". Y es ella la que a veces se acuesta, en extraño maridaje, con la Medicina. Rara vez no tuerzo el gesto al escuchar a un político hablar de medicina o a un médico enfangarse en política. Últimamente han sido varias mis muecas de desaprobación. Desde la radicalidad, acaso un punto irracional, de la previa toma de posición, pero también desde la ilusión por hacer camino en el que he elegido como mi camino, me niego a verlas compartiendo lecho.

El pasado 23 de junio dediqué una entrada, "Odiosos médicos como dioses", al conflicto legal suscitado en el servicio de urgencias del hospital Severo Ochoa de Leganés. Anteayer leí la sentencia del juez después de que el doctor Montes apelara, y ha decretado que eliminen toda alusión a una posible mala praxis que dejaba caer la primera sentencia: no era condenado por ello, pero aparecía en el texto. O sea, que ordena se lave el nombre de Montes de algún modo. Por si lo tenía manchado. Para algunas personas sí. Para otras, es un héroe, mártir de la Sanidad pública frente a la política privatizadora de Esperanza Aguirre. Pues será el mártir de la oposición política, porque de la profesión médica me niego a que pueda serlo. Nunca sabremos si su proliferación de sedaciones en las propias camas de urgencias fue causa directa de que en ese servicio muriesen tantos; no se practicaron autopsias que arrojarían luz al respecto. El hecho es que las tasas de mortalidad del servicio superaban en mucho las de otros hospitales, y la del propio Severo Ochoa tras el cese de Montes. Si hubo mala praxis, según los informes periciales pudo haberla. Unos lo afirman, otros lo desmienten. El primer juez, según el segundo, no los valoró o dispuso de acuerdo a lo establecido, así que los defectos de forma invalidan su alusión a la mala praxis: in dubio pro reo. Correcto. Creo en la Justicia, o más bien espero en ella, así que bien está la sentencia. Sobre el caso, sensu stricto, poco han aportado. Tan concluyentes como la del 11-M: cero al cociente y bajo la cifra siguiente (salvo los ceros a la derecha para la esposa del juez Bermúdez, claro). Siempre los muertos de Leganés pagando el pato. Unos se inmolaron por la causa y a otros les adelantaron la llegada a destino de un viaje que ya habían emprendido.

Y como siempre, tras cada sentencia, como tras cada escrutinio electoral, la lluvia torrencial que hace dudar de la consistencia de ese paraguas llamado democracia. Se han sucedido las declaraciones, los manifiestos, los trastos a las cabezas ajenas. Porque uno no se terminó de aclarar en verano cuando el ministro de Sanidad, Bernat Soria, médico para más INRI, no tuvo reparo en afirmar que "la medicina de izquierdas cura más que la de derechas" (ciertamente me impactó) y ahora interpreto que "medicina de izquierdas" es la de Montes y "medicina de derechas" la de Esperanza Aguirre. Que la primera aboga por mantener la universalidad de la atención a cargo del Estado íntegramente mientras la segunda coquetea con las compañías aseguradoras. Entonces me quedo con la primera si el coqueteo de la segunda resta recursos y deja de cubrir necesidades. Hace poco asentí con un sincero amén la entrada dedicada por Vitote a esta cuestión, seguramente desde una postura ideológica bastante distante de la mía:

http://apracticas.blogspot.com/2008/01/mi-conspiranoiquitis.html.

Aventuro también, o mejor dicho afirmo sin dudarlo, que la primera, o sus más atrevidos representantes, no hace ascos a abrir el debate sobre la eutanasia activa y a seguir despenalizando el aborto, al que otorga erróneamente la categoría de derecho, pero me temo que la segunda no hará nada por invertir este rumbo lamentable que cada año multiplica las muertes de los no nacidos en España, holocausto silencioso y terrible. No me pongo apocalíptico ni talibán. Las cifras son las que son. Para ellos no existen derechos humanos y humanos son. Así, ¿medicina de izquierdas o de derechas? ¡Medicina! Que no la apelliden con esta desgraciada dicotomía. Un arte de tantos siglos, una profesión tan regulada por sus colegios profesionales, no puede ser llevada al debate político. Hágase política sanitaria pero guárdese de intervenir el acto médico, como ha de excluirse del mismo la creencia religiosa. La objeción de conciencia nos libera de dramas interiores, o lo procura, pues son inevitables. Que lo social no eclipse a lo moral, cuando precisamente ha de nacer aquello de esto. Que no me vuelvan a hablar de medicina progresista o conservadora, porque me están mintiendo. Porque me da que no existe. ¿O se lo enseñarían al ministro Soria en su facultad?