domingo, 30 de noviembre de 2008

Una vela encendida

La corona de Adviento de la derecha no está a los pies de un altar, sino sobre una mesa en la que alguien ha colocado un plato. Una mesa cualquiera de una casa cualquiera donde alguien, posiblemente, irá encendiendo los cirios según pasen los domingos de este tiempo preparatorio de la Pascua de Navidad. Las luces eléctricas de las calles se encenderán cuando decida el Ayuntamiento, o la asociación de hosteleros, o El Corte Inglés... pero en esta casa cualquiera alguien ha encendido una luz. Podría ser la luz que ha encendido quien piensa que se está haciendo mayor, y que la enciende por aquellos que no verán cómo se prende esta primera luz del año, tímida lumbrera camino hacia la gran luz en su apogeo de la noche de la Pascua de Resurrección. Muchos no la verán, le he dicho, pero quizá su modesta vela doméstica les ilumine y señale la ruta que conduce a la segunda luz, o a la tercera, o a la cuarta, o alguna luz de algún domingo de algún Adviento. No importa tanto el número como el nombre. Por eso le he pedido que no apague la luz hasta que no se extinga ella misma con el ocaso de un domingo de finales y principios. Ojalá que el Año Nuevo traiga paz y bien de verdad a todos los que miran o son mirados por esa luz de casa, luz de domingo, luz de concordia fraterna. Ojalá, aw šá lláh.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Tríptico de cuatro

Sigüenza. "De donde no hay, no se puede sacar", profetizaba un acérrimo atencino al hablar de Sigüenza, "un invento" según él. Invento bonito, elegante, acogedor, bien inventado. Viejas historias de Castilla la Vieja más que de la Nueva para anotar en el cuaderno de los viajes y conservar, como oro en paño, en el tercer cajón de los recuerdos. Sobre la ciudad episcopal, el cielo abierto del penúltimo domingo de noviembre, que ahuecó un imperfecto óvalo entre la Catedral-Castillo y el Castillo-Catedral, como queriendo hacer de calle mayor celeste y llevarse al Doncel para sí. Entre sus manos, las letras, mas presta la espada de las conquistas. Entre las nubes, la claridad que hacía de espejo para la bien inventada Sigüenza, como Don Gerardo se inventó una obra, la de su parroquia de San Vicente, contada al calor de la fría noche y en la cercanía del Señor. Piedra a piedra, como un nuevo Francisco en San Damiano. Entre los grises, el blanco de la sinceridad de conversaciones confiadas y la alegría de sabernos queridos. Atienza. Carretera recta pero abrupta: salinas de Imón, Braveheart, listos para la batalla porque había que subir un castillo aún más alto, erigido en la roca de los moros y los cristianos, de los navarros y los aragoneses, de los leoneses y los castellanos, del Cid y las guerrillas. La vieja Tithya, la vieja capital de los arrieros, la vieja cabeza de un rico común, es hoy un pueblo pequeño en habitantes pero grande en patrimonio. Amén del castillo, la patria chica del comunero Juan Bravo ofrece varios museos en alguna de sus muchas iglesias y anda embarcada en otro más, de carácter etnográfico. Muy notable la talla del Cristo del Perdón, de Carmona, que recuerda a la de Nava del Rey. Sólo Él ya justifica los kilómetros de carretera, de ruta compartida, de piernas de cordero, migas y pisto, de setas y dulces de las monjas, de "estertores" y chistes con chispa: "¡ffflan!". Madrid. Primero, Barajas, que no es lo mismo: la Misa de la parroquia de Loreto (¡qué propio!), el frío salmantino del regreso caminando y los huevos fritos con chorizo suenan a casa. Como en casa me sentí dando vida a un hogar joven y cálido, que me olía, y aún conservo el aroma, a infancia y familia. Lunes: línea rosa hasta Nuevos Ministerios, línea azul marino hasta Plaza de España. Debod, Palacio Real, La Almudena y Madrid, también cofrade. Reencuentro en Sol, kilómetro cero de todas las Españas. Carne roja en De María para festejar la Davis... o más bien para festejarnos a nosotros. Línea también roja hasta Goya para festejar otro reencuentro, el segundo del día, con Aniña y con aquel verano de Méjico. El martes no fue de reencuentro, sino de hallazgo que merecería otra entrada: El Prado nada menos, con Rembrandt ahora y sus clásicos de siempre. Entre cristales, mientras ondeaba la bandera con un vigor inusual, nos contamos lo que vemos y lo que no logramos ver, lo felices que podemos llegar a ser y lo escondidos que pueden llegar a estar los buzones. Así empezamos a tramar la próxima escapada, al son de almendras cachadas, a cuatro voces con sus respectivos unísonos.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Sus huellas y su silueta

¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo, la sierra gris y blanca, la sierra de mis tardes madrileñas que yo veía en el azul pintada? Me hacía yo la misma pregunta que Antonio Machado, con sus versos, hace unas horas, cuando surcaba el Guadarrama nevado sobre los raíles de mi vagón, que no era de tercera como el suyo. Desde El Escorial hasta Ávila, nieve a los costados del tren y tímido sol que por momentos se quitaba la careta. Pero pronto se la ponía para no derretir demasiado la hermosura de las copas de las encinas, pobladoras de las laderas de esos montes tan centrales y tan fronterizos. Se les iba el agua por las ramas, agua de color blanco y sabor a espuma de invierno, con cada rayo que escapaba de la disciplina. Por tus barrancos hondos y por tus cumbres agrias, mil Guadarramas y mil sones vienen cabalgando conmigo, a tus entrañas. Versos de olmo seco, bendecido por el rayo, que no hendido. Versos de tierra y de sierra que recordaba, aproximados, en mi viaje de regreso: como todos, viaje con muchas notas para compartir, pero éste más. El tren daba tregua deteniéndose algún instante, el suficiente para distinguir sobre la nieve el rastro de alguien, la silueta que revelaba un paso, su paso, sin más explicaciones. Unas huellas, apenas una señal. Estuvo. Fue. Miré y vi. Me pregunté. Supe. Está. Es. Así, como en la nieve serrana, sobre la pared su silueta. No tiene que estar porque no es su sitio. Son todos sus sitios, pero sin estar como estaba. Está y es. Las paredes del aula, al llegar el verano, se pintarán para empezar con brío el curso siguiente. Vendrán otros niños, que quizá nunca lo vieron en esa pared, pero sí en otras igualmente queridas: la de su dormitorio, la de su casa, la de su parroquia, la de su cofradía. Y al mirarla, aunque no esté, lo verán. Se habrán preguntado y sabrán. No necesitarán verlo para sentirlo y llevarlo en el corazón. No les molestará que algún día lo quitaran porque alguien creyó que a otro alguien podía molestar, o que, como yo pienso, no tiene que estar por costumbre o por rutina, presidiendo estancias que se ordenan según principios ajenos al Evangelio, pues Él rebosa paredes, catedrales y explanadas, y sobrevive a modas, regímenes y planes educativos. Y si alguno que nunca supo, porque nunca le contaron en su casa, fue a un colegio que no pinta las paredes en verano, todavía podrá ver sobre la pared una silueta con forma de dos trazos cruzados, el horizontal más corto que el vertical. Es posible que se pregunte por qué esa huella del pasado, no encuentre respuestas en el presente y más tarde, en el futuro, sepa de Jesús, el Señor. Ojalá no lo descubra como vestigio histórico, sino que lo abrace como sentido de su vida. Machado versaba también: No puedo cantar, ni quiero, a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en la mar. El Jesús de la agonía, de la Cruz, era la fe de sus mayores, y se sentía más cerca del Jesús caminante. Para muchos esa misma fe es algo trasnochado, la fe en Dios que ha caminado con los hombres, ha muerto en la Cruz y ha resucitado. A algunos les molesta: no sólo los signos que la representan, sino la fe misma. A mí no me molesta que les moleste, pero me apena que no miren las huellas de quien anduvo esta mañana sobre la nieve, porque verían al mismo que ha extendido sus brazos y sus piernas sobre la pared para reunirnos a todos a la vera de la silueta dibujada por su Cruz.

jueves, 20 de noviembre de 2008

El fin del principio

Ayer al mediodía, cuando salí del centro de salud, miré atrás (alguna, que es muy lista, ya lo sabía). Volví a contemplar el pórtico, adornado por vegetación y pintadas, las blancas verjas metálicas y la acristalada puerta de acceso. Me crucé con una señora, que vendría para saber el resultado del Sintrom quizá; ningún médico ni enfermera regresaba de avisos a domicilio o de un café reparador; el cielo gris hacía presagiar que no me iba a estorbar la bufanda, y no me equivoqué. Ayer al mediodía, antes de comer las últimas existencias de los tupper que poblaban mi nevera (¡qué coliflor, madre mía!, porque la cocinó mi madre, claro) y poner rumbo a la guardia de hospital, me volví para mirar la puerta del Parada del Molino sin terminar de creerme que hubieran pasado los seis meses de la primera rotación. ¿Ya? Tempus fugit, que diría David. Medio año, sí. Entre las 8 y las 8:10, un día Pedro, otro yo, abríamos la consulta, luego la ventana para airear la pequeña sala y era el momento de ordenar los papeles (demasiados), realizar alguna intervención de cirugía menor de vez en cuando (verrugas, cuerpos extraños y esas cosas) y recibir a los representantes de laboratorios (fenicios, generosos y entrañables; sobre todo Elena, claro). A las 8:55, el primer paciente citado, y así las siguientes cuatro horas: ancianos que van al médico por costumbre, hombres de mediana edad que acuden a la fuerza (léase por imperativo conyugal), gentes a las que les duele todo, otras a las que no duele nada pero lo disimulan muy bien, demandantes de bajas laborales o derivaciones al especialista ("vengo a que me haga una resonancia y me mande al de corazón", "... si puede ser", añaden algunos), menopáusicas con sofocos, adolescentes mal del coco, niños con mocos (cuando estuve con Alicia, la pediatra)... Informes de interconsultas en las que se cambia un tratamiento y se preguntan si hacer caso a lo que dice ese señor del hospital: depende. Resultados de analíticas: habrá que pedirle para la próxima vez la HbA1c, y vigilar esas hormonas tiroideas, y comprobar si le hace algo la estatina que le hemos puesto... Recetas de crónicos: "¿Rojas o verdes? Rojas, ¿verdad?". Rodillas que dan guerra: "Ay la artrosis, don Pedro". Esclavos de las cifras: "Majo, ¿me tomas la tensión?" (eso va por mí); y yo: "Doce y medio, ocho y medio. Está muy bien, Avelino". Se consume la lista, tachando los nombres: una faringitis, una ciática, dos o tres gastroenteritis, que hay mucho virus suelto... Y así, con la lista, se consume la mañana. Queda tiempo para ordenar más papeles, los que ha ido generando la consulta, porque el ordenador todavía no lo abarca todo. Un aviso a domicilio, a dos manzanas: mujer, cincuenta y cuatro años, sin antecedentes de interés salvo sus habituales mareos. La casa, un tercero sin ascensor, está decorada profusamente pero con escaso gusto. Ella espera al médico en la cama matrimonial. Se trata de un vértigo de libro. Volvemos al Centro de Salud, acarreando el maletín (que pesa menos, porque le hemos pinchado un Dogmatil), y esperan un par de pacientes sin cita. Cosas de poca monta. Cuando terminamos de atenderlos ya es la hora de la sesión clínica: me toca a mí y recordaré a médicos y enfermeras del equipo las indicaciones y técnica de la prueba de la tuberculina, pues repunta en nuestro medio la infección por el bacilo de Koch, aunque suene a antiguo. Pedro completa mi exposición con un vídeo ilustrativo. Parece que les ha interesado. A las dos y media salgo sin mirar atrás, porque volveré al día siguiente. Pero ayer miré y sentí nostalgia. Claro que esto no ha hecho sino comenzar.

martes, 18 de noviembre de 2008

Las grietas de la cúpula

Siempre se construyeron imponentes edificios, se esculpieron grandiosas estatuas o se pintaron solemnes escenas, según el gusto de la época, a mayor gloria de Dios, honor de los hombres o exaltación de los pueblos. A menudo hermosas obras; no con menor frecuencia, exagerados esfuerzos si nos detenemos a pensar en las necesidades humanas del momento en que hombres menos necesitados, o necesitados de otra manera, las promovieron. A veces vieron la luz por egocentrismo, otras se deben a una suerte de culto o ideología exacerbados, pero no podemos negar que hoy resultan en muchos casos un placer para los sentidos. Lo escrito, escrito está, y lo edificado, esculpido, pintado... también. Catedrales, mausoleos, palacios, arcos de lejanos triunfos. Nos corresponde conservarlos, disfrutarlos y extraer de ellos el zumo de la Historia para bebérnoslo. No sé si las generaciones que nos sucedan gustarán del jugo que les proporcione la cúpula de Miquel Barceló recién inaugurada por los Reyes en uno de los salones de las Naciones Unidas en su sede de Ginebra. Se trata de una cúpula de la que hoy no se juzga tanto su valor artístico como la forma en que se ha financiado, pues una parte procede de fondos públicos del Reino de España destinados al desarrollo de países como el Congo, donde en las últimas horas mueren, y mueren, y mueren... Allí, los flexos hacen de incubadoras para los recién nacidos. Sé que suena a demagogia, pero defender que "lo de la cúpula" contribuye a la promoción de los Derechos Humanos sí que suena mal.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Lugares

La otra noche me regalé un paseo a solas. Temprano, de seis y media a ocho, pero noche cerrada a estas alturas de un noviembre cuyos San Martines no han traído veranillo y ya marcharon hasta el año que viene. Jueves en Salamanca, que se explica porque fue para mí un día "moscoso" que utilicé para ganar media L, la teórica. Tiempo tuve, como digo, para el paseo en soledad, placer que con pocos se iguala. Descarté la Plaza, otra vez "okupada", y opté por acercarme a la capilla dorada, y desde allí tracé el camino inverso al que tantas veces tomé: Berrueta, Ramón y Cajal, Fonseca, García Tejado. A la derecha, los diferentes cuerpos del viejo Hospital Provincial, hoy residencia geriátrica que conocí en las prácticas de la carrera; a la izquierda, en el teso de San Isidro, los templos iluminados, que desde el teso de San Vicente, en medio de la oscuridad, resultan aún más hermosos. Escaleras abajo, el Campus de los años de estudiante: Biología, Enfermería, Farmacia, Medicina al fin. Entré en la Facultad, escaleras arriba: los tablones de las convocatorias de exámenes, la fotocopiadora de los apuntes de aquella clase imposible de seguir, los rostros conocidos que todavía se pueden conocer mejor. Escaleras abajo: el pabellón Unamuno, el Oviedo, la Clínica Odontológica, el FES, Derecho, la biblioteca de tantas horas de estudio y amistad. El círculo de la nostalgia se fue cerrando al dejar atrás el escenario que hace apenas unos meses era el mío. A la derecha, las Oblatas, donde completé la soledad del paseo con la oración en buena compañía; a la izquierda, el camino del Cementerio, donde esta tarde volveremos a reunirnos para celebrar la esperanza cierta en la Vida que no acaba. Lugares comunes que siempre están para que, en ellos, sigamos siendo.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

La Unión hizo la fuerza

En Urgencias tengo el móvil apagado, pero a eso de las dos de la madrugada lo encendí y leí un mensaje de texto de mi hermano, escrito a las 22:51, con el siguiente texto: "Vamos! Hala Unión!". ¿Hala Unión? Pero si la Unión jugó el domingo y ya no lo hará hasta el sábado, defendiendo liderato en un campo talismán como el Carlos Belmonte de Albacete. Pronto caí en la cuenta de que se refería a otra Unión de la que él y yo éramos seguidores anoche, por aquello de que devolvía visita al Real Madrid en la Copa del Rey. ¡Claro! Se conoce (no es salmantinismo, pero así os remito a un texto delicioso) que los de Irún habían eliminado a los merengues, lo cual confirmó Alberto, el cardiólogo de guardia, enterado ya de la buena nueva (por su cara, mala para él, aunque a esas alturas de la noche la facies engaña mucho). Pero no, no dejaré salir (más aún) mi vena antimadridista. El protagonista es el Real Unión Club de Irún, porque me he desayunado con sus goles en el telediario matinal y ahora, en lugar de dormir, leo algo sobre su preciosa historia, digna de un grande de nuestro fútbol. Alfonso XIII, que entregó la Copa, su Copa, de 1913 al Racing de Irún, fue el que apadrinó la reconciliación de los dos clubes de la ciudad, el citado Racing y el Sporting de Irún, que en 1915 dieron lugar al Real Unión Club de Irún. Por delante, el timbre de gloria de que uno de sus jugadores, Patricio Arabolaza, fuese el autor del primer gol de la historia de la Selección Nacional de España, cuando las Olimpíadas de Amberes. Por delante, la primera victoria de un equipo que visitase al Athletic Club en San Mamés. Por delante, tres Copas más, ganadas al Real Madrid (1918 y 1924) y al Arenas de Guecho (1927) en campos que suenan a leyenda: O'Donnell, Atocha, Torrero. Y así hasta que el profesionalismo empujó a este admirable club a las categorías modestas de las que lucha por salir. Anoche volvió por sus fueros, tirando de historia, de tesón y de fútbol. Los que somos blanquinegros y unionistas como los aficionados de Irún nos unimos a su alegría y a su grito de Aúpa Unión.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Los niños de Huang Shi

1937 es año de guerras, como 2008, pese a "onus" y "geveintes". La justicia siempre pasa apuros, y no digamos la vida. En 1937 lo sufrieron nuestros mayores en España, quizá niños muchos de ellos, como los huérfanos que George Hogg condujo en un increíble éxodo de mil cien kilómetros, "la pequeña Larga Marcha". Varios de ellos recuerdan nítidamente las nevadas que amenazaron sus pasos, los piojos que martirizaron sus cuerpos y los disparos que acabaron con sus padres, sus madres y sus esperanzas. Hogg las reanimó, las hizo respirar y las transformó en un futuro que ninguno de ellos tenía. Abocados a la guerra, conquistaron la paz, allá lejos, donde nadie pensara en ellos como obreros del frente de batalla. Tuvo sentido que soportaran el frío, que combatieran las infecciones y que intentasen soltar el lastre del odio, aunque no lograran olvidar el sonido de las descargas asesinas. Tuvo sentido el camino largo y difícil hasta la tierra prometida por Hogg, su infancia inocente y recobrada. En los mejores cines y en la vida misma, setenta y un años después.

jueves, 6 de noviembre de 2008

En el peor sentido de la palabra

Pestiño
(Del lat. pistus, majado, batido).

1. m. Fruta de sartén, hecha con porciones pequeñas de masa de harina y huevos batidos, que después de fritas en aceite se bañan con miel.
2. m. coloq. Persona o cosa pesada, latosa o aburrida. Esta novela es un pestiño.

Los pestiños me agradan en su primera acepción, como a algunos, y me aburren en la segunda, como a todos. Estas últimas tardes no me han dado ni uno solo de los pestiños que me gustan pero sí me han sometido a uno de los otros repartido en cuatro dosis que ni se frieron en aceite ni se bañaron en miel, bajo el título "Educación para la Salud". Viene en el programa de residentes y hay que darlo, de acuerdo, ¿pero así? Creo que esta toma de contacto con la Medicina comunitaria no le hace justicia a la materia. De siempre me ha atraído, quizá por esa extraña vocación de médico de pueblo, y esperaba del curso mucho más que esto. Nunca un pestiño, y nos lo hemos comido sin harina y sin huevos. Esperaba una experiencia directa, ¿por qué no conocerla in situ y colaborar en un proyecto concreto? Esperaba vivirla con algún equipo de atención primaria del medio rural, allí, palpando la realidad de la comarca y afrontando sus necesidades, o lanzándome al ruedo de algún centro escolar y su correspondiente encierro en puntas, pero no cuatro tardes de teorías pedagógicas, didáctica no menos teórica y dinámicas de grupo. Lo mejor han sido los cafés y, si los hubiera habido, los pestiños. De todos modos, apunto Alezeia y prometo ser fiel a mi preexistente afinidad por la Educación para la Salud.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

The land of the free?

Antonio es buen amigo y hace ya más de uno año que lo mandamos, se mandó él, de corresponsal a Estados Unidos. Cada vez que nos relata algo desde Indiana por la red, o cuando nos reencontramos al calor de la amistad en Salamanca, comprendemos un poco mejor los misterios de esa nación, que al menos a mí me resulta misteriosa y a esta hora recuenta los votos que se han emitido para elegir a su presidente. En la mejor tradición de los clásicos corresponsales, cual Rosa María Calaf con un abrigo de los suyos y esa voz tan característica o como Paloma Gómez Borrero dando noticia de un viaje de Su Santidad, Antonio ha escrito una crónica a su estilo: razonada y razonable. Reconozco que es el primer artículo que leo completo sobre el asunto. Supongo que esta noche de escrutinio nos afecta a todos, también a nosotros, en la Vieja Europa, aunque algunos, a estas horas, altas para ser martes porque ya es miércoles, sigamos dándole vueltas a lo malo que está el señor Jacinto o al robo que ha sufrido el Atleti en Anfield más que a los resultados de Vermont o Kentucky. Esto, que me lo explique Antonio la próxima vez que hablemos o que nos deje leer en sus anudamientos.