martes, 31 de octubre de 2006

La locura de la tradición

Si coincidía en fin de semana, o en lunes por aquello del puente, abuelo solía llevarme al mediodía de los 31 de octubre a la Plaza de Anaya, para ver cómo subía a la Torre de las Campanas el famoso Mariquelo. Apenas se distinguía junto a la bola de la veleta aquella silueta humana, agrandada por los aperos de un tamborilero charro para que la escalada fuese más difícil todavía, combatiendo contra las ventoleras, que allí arriba deben ser aún más violentas. Arriesgada manera de conseguir el tañido en acción de gracias de la Salamanca que escapó a los estragos del célebre terremoto de Lisboa, mediado el siglo XVIII. Ya no me lleva abuelo, y ya no me llevo yo, aunque quizá dentro de unas horas, en pleno desmontaje de la exposición, puede echar una ojeada a lo alto de la torre y adivinar al Mariquelo, que se sigue subiendo a las barbas del viento y desafía las inmensidades catedralicias. Una pena que una bella e íntima tradición por momentos se enturbie con ansias de espectacularidad tan impropias de estos lares.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

bueno, quizá ya no te lleve nadie, quizá la casualidad te haga pasar por alli en el momento en que el mariquelo llega hasta lo alto de una catedral con forma acaracolada...y nisiquiera sabes si sube o baja porque pasas deprisa hablando de nose qué con alguien q siempre lee lo que escribes....muak

Lucano dijo...

Será eso que dices, se te ve bien informada...