viernes, 2 de febrero de 2007

Rodar la naranja

La vida para un niño en Carrión de los Condes, "la muy noble y leal ciudad", era de lo más entretenida. Al llegar estas fechas no hacíamos otra cosa que pensar en la fiesta de San Blas, protector contra los males de garganta, que en este paraje palentino, como en muchos otros lugares, lleva de la mano la más genuina tradición popular del hombre que ya vislumbra la primavera, iluminado por las hogueras de San Antón y los cirios encendidos de la Virgen de las Candelas. El cuerpo se despereza, aburrido del invierno, y busca indicios de nuevas esperanzas en el resurgir de la naturaleza. Debían ser muchas las ilusiones infantiles, pues en el colegio Sor Susana y compañía nos dejaban salir pronto, a eso de las cinco, para poder disfrutar de nuestra fiesta antes de la anochecida, implacable todavía a estas alturas del año en Tierra de Campos. Abandonábamos el aula presurosos, y en la cartera, además de aquellos libros de "Lengua", "Mate", "Soci"..., el habitual bocadillo y la extraordinaria naranja, o mejor naranjas. Sí, naranjas por San Blas. Me explico. El primer destino de la chiquillada era el Monasterio de las Claras, el de la fotografía. Cuando llegábamos se estaba celebrando la Misa del santo, y tras ella se daban a besar las reliquias de San Francisco y Santa Clara, fundadores de la familia franciscana, y de San Blas, para alejarnos de faringitis, ronqueras y demás afecciones. Esto, unido a la gargantilla, garantizaba el éxito en la profilaxis. Cumplimentada la secular veneración del hueso de San Blas, se llenaban las eras cercanas para completar el rito de cada 3 de febrero. Todos a rodar la naranja, a deslizar nuestros cítricos bien escogidos por el verde, aprovechando las pendientes y desencadenando una batalla tan pacífica como divertida. Con la huida del sol se daba por finalizado el combate, o siendo más preciso, se aplazaba hasta el año próximo. Rodar la naranja en las eras de Carrión se hace desde que, según la leyenda, llegó a la ciudad el Cid Campeador, tras conquistar Valencia, cargado de naranjas para ofrecérselas a sus hijas, Doña Elvira y Doña Sol, casadas con los Infantes de Carrión. Al no encontrarlas allí se enfureció y arrojó el cargamento frutal en las eras. Los niños, atraidos por aquel producto exótico, se lanzaron a por las naranjas y comenzaron a jugar con ellas, mientras Don Rodrigo Díaz se quedaba afónico de tanto gritar contra los yernos. Pero antes de salir pasó por las Claras, besó la reliquia de San Blas y recuperó la voz. Milagro divino a través del santo y divertimento popular: todos los ingredientes para consolidar una fiesta, aunque ni las hijas del Cid (Cristina y María, en realidad) se casaran con los Infantes ni el monasterio pudiera ser visitado por el caballero de Vivar, pues se fundó en el siglo XIII. Pero... ¿y lo bien que nos lo pasábamos? Tengo que volver pronto a Carrión.

3 comentarios:

Miguel Angel Cardares dijo...

Don Rodrigo Diaz de Vivar podía hacer lo que quisiese, incluso visitar monasterios inexistentes cargando con la Tizona y la Colada a lomos de Babieca, que para eso era el Cid.

Tenemos que volver a Carrión y Frómista, para poder hacer turismo tranquilamente y sin manifestaciones de madres. ¡¡Y a jugar un partido en el pabellón!! ¡Como no!

Iacobus dijo...

Amigo lucano desconocia que hubieses vivido en tan precioso pueblo.
Siempre es bonito volver a recorrer los lugares que uno disfruto siendo pequeño.
En cuanto al Cid que quieres que te diga, si hasta gano una batalla despues de muerto y su cristo de las batallas esta en cada catedral que visito.
Un saludo.

Lucano dijo...

El Cid era mucho Cid, que se lo digan al rey Alfonso. Pues sí, Iacobus, viví seis años en Carrión de los Condes. A los que no lo conozcáis, os invito a hacerlo. Es una visita imprescindible la de sus joyas románicas (Santiago y su pantocrátor, Sta. María del Camino) y el claustro plateresco de San Zoilo. Y, por supuesto, la Piedad de Gregorio Fernández que se conserva en las Clarisas. Por cierto, se come muy bien.