martes, 10 de julio de 2007

Más que mil palabras

Dicen que los gallegos no son de mucho hablar, o que cuando lo hacen no es sencillo interpretar con claridad el sentido de sus palabras, pero a un albañil de Orense al que no conocía de nada, por sus balbuceos y su mirada de susto, le entendí perfectamente aquella noche en el telediario, cuando todos ya estábamos al corriente de lo que para él era todavía un enigma. Volvía de la obra y las cámaras y los micrófonos campaban sorprendentemente frente al portal de su casa. Quizá nadie le desveló el misterio pero en verdad todos lo desciframos al verle aparecer, con las llaves de la paz del hogar en sus manos encallecidas después de las horas de paleta y hormigonera, con el corazón casi asomando por la boca. Todos nos sobrecogimos. Era como la certeza de que los llantos y la indignación nos esperaban al cumplirse el terrible plazo de las cuarenta y ocho horas más crueles que recuerdo. Era el silencio elocuente que anticipaba un clamor de silencios. Eran sus manos, por las que vivían él y los suyos, hermanas de nuestras manos blancas del más allá de los disparos a bocajarro. Éramos todos él, y su hijo lo era de todos: el héroe sin madera de héroe, que es la que mejor arde. Que lo que España tenga que decir, si todavía hay algo que hablar una década después, lo diga por la boca del padre de Miguel Ángel. Un héroe del silencio.

6 comentarios:

Alberto dijo...

¿Cómo es posible, que después de 10 años, uno todavía sienta ese escalofrío en la espalda? Desde hacía tiempo que España no se sentía una nación como ese día, y todos a una, fuimos un grito, un alarido en medio del terror. Incluso los que éramos más niños, más adolescentes, no nos podemos olvidar de esas jornadas. Sacó lo mejor de unos, y lo peor de otros, asesinos y aliados del terror. Pero no podemos, no debemos olvidar lo que ocurrió esos días. Y aprender para el futuro. Que Dios lo tenga en su gloria, Miguel Ángel Blanco.

Lucano dijo...

Así sea.

Ana Pedrero dijo...

Recuerdo mis lágrimas en el salón de casa. Mis padres estaban en Sanabria y me despaché agusto con mi soledad. Y me gustaría recordar ahora las columnas que escribí en aquellos primeros días, mezcladas con lágrimas de indignación e impotencia. ¡¡Qué pena que se nos olviden tan fácilmente los nombres, los rostros, las lágrimas de tantos desconocidos, para perdernos en el laberinto del politiqueo barato!!. Por la memoria de Miguel Angel Blanco y de todos los que se quedaron en el camino, merece seguir en pie. Con las manos blancas y con la esperanza de que algún día se hará justicia. Y de que somos más fuertes que ellos. Eso siempre.

Lucano dijo...

Todos recordamos aquellas lágrimas. Y no debemos perder la esperanza en la fuerza de la razón, que es el arma de la justicia. Recuerdo aquella proclama de Victoria Prego, al concluir la manifestación de Madrid: "Con la paz y la palabra, ¡a por ellos!".

Cvlocolorao dijo...

Sabias y ahora parece, imposibles palabras... aunque Ojalá asi sea!

Lucano dijo...

Es triste el desencuentro de estos días, como si el llamado espíritu de Érmua se hubiese esfumado para siempre. Ojalá estemos a tiempo de reconquistar la unidad. Es lo menos que podemos exigirnos.