lunes, 21 de julio de 2008

La vía muerta del Oeste

Entre Zamora y Salamanca algún día pasó el tren. Veintitantos años hace que dejó de hacerlo como ruta de pasajeros, y desconozco si aún se utiliza como vía mercante, creo que no. Se lamentaba de esto un asturiano la otra tarde, en el autobús que nos traía de Oviedo, porque el mapa español de ferrocarriles se quedó cojo del pie del Oeste, del lejano y desplanificado Oeste español, y nadie le ampara si no con unas simples muletas que ya parecen eternizarse en promesas incumplidas.

Trenes, hospitales, facultades, puertos secos, paradores, museos, centros de referencia, autovías, parques tecnológicos, fugaces capitalidades, palacios de congresos, vuelos regulares, declaraciones turísticas, restauraciones, planes directores... son el pan nuestro de cada día en las páginas más beligerantes (cada vez menos, frente a la sorprendente proliferación del obsoleto eco de sociedad) de los periódicos locales de estas provincias que se extienden a lo largo de la frontera con Portugal. Comarcas deprimidas, capitales apartadas de los ejes de desarrollo y representantes políticos por lo general poco reivindicativos que se confuden con el color de sus escaños son los ingredientes de un guiso que sabe a estancamiento y despoblación. En estos meses de verano llega el palio de los paisanos que emigraron y vuelven unas semanas, pero poco dura la alegría en casa del pobre. Hasta que se enfríe el rostro y se vayan secando las flores que brotaron entre los rieles de la vía muerta, avivada por la primavera que no por las máquinas de hierro.

Precisamente desde el tren, con estas líneas ya abiertas, me ha llamado Manuel, gran tipo Manu Ávila, que desde Galicia retorna a su ciudad y al pasar por la mía de adopción se ha acordado de que cerca andaba. Viaja en el tren que pasa por Zamora, el Talgo La Coruña-Madrid, único que hasta aquí se acerca, haciendo una hermosa estación funciones de apeadero. Es la triste realidad de los progresos que no se consumaron, porque a estas tierras llegaron cuando ya la moda empezaba a cambiar. Llegó el tren para llevarse a las gentes lejos de casa y de los campos, y cuando ya no hubo gentes que llevarse, lo que se llevaron fue el tren. Agonizó la vía entre dolores de soledad, y le crecieron ramas, que no ramales, y la sacaron de la ciudad, y la enterraron, como si fuera un presagio. Tenía razón la otra tarde aquel dicharachero, casi verborreico, asturiano, porque ya ni quedan indios en el lejano Oeste, pues no hay tren al que abordar a galope tendido, ni estaciones nos quedarán, a este paso, para padecer despedidas o festejar regresos.

5 comentarios:

Alberto dijo...

Así es, por desgracia. Además, como bien citas, la hermosa estación de trenes que tenemos en Zamora, abadonada, en desuso, medio cayéndose, sin restaurar... Cuentan, tal y como parece ser decimos los zamoranos cada vez que tenemos algo de valor, que intentaron comprarla para llevársela a otra ciudad. En espera del AVE, ojalá vuelva la vida a las vías del tren.

Lucano dijo...

Ojalá vuelva el bullicio a la estación zamorana, que me recuerda en su estilo al cuartel de ingenieros General Arroquia de Salamanca. Ojalá vuelvan los trenes y las gentes, para quedarse.

Ana Pedrero dijo...

Casi ocho años andando y desandando la Vía de la Plata, esa que cose las provincias del Oeste con su trazado mágico de pueblos pequeños y deprimidos y gentes buenas. En mis noches eternas de autobús echaba de menos cada raíl, el sonido de los viejos trenes, el bullicio de las estaciones hoy desvencijadas de esta raya al oeste del oeste, en la frontera sin ley y sin memoria.

Es una pena, pero es así.

Un beso.

Félix dijo...

Nos abandona el pasado a cambio de un futuro inexistente. Habrá que traer a los indios para que reclamen el regreso del ferrocarril que dé vida a la marginada raya.
Cordialmente,
Félix

Lucano dijo...

Habrá que hacer lo que propones, para que las noches sigan siendo eternas, pero menos las penas.