sábado, 19 de mayo de 2007

Blanca que te quiero blanca

Cuando hace unas horas metí, como tantos otros viernes, la bata en la lavadora, caí en la cuenta de que era la última vez que lo hacía. Mi bata de estudiante: sin identificaciones oficiales, sin bolígrafos de laboratorios (salvo el de Durogesic de mi querida Elena, claro), sin las manchas del hastío y la rutina que desgraciadamente ensucian otras batas. Mi bata acostumbrada a la libreta en el bolsillo inferior derecho, donde anotar cuatro datos relevantes para rellenar el cuaderno de prácticas, donde dejar constancia de algún signo clínico de esos que viene bien incluir en el bagaje de conocimientos y que al verlos se graban para siempre aunque fuese imposible entender aquello en la clase de las ocho de la mañana. Una libreta donde recoger alguna frase brillante, o ciertas curiosidades, v. g. la pegatina del niñito tan simpático de la consulta de Otorrino, Francisco Franco Polo se llamaba, nada más y nada menos. Por la Gracia de Dios paciente de Rincón, uno de los mejores profesores de la carrera, ¿verdad, Isabel? Una libreta donde agrupar todos los cotilleos que me contaba Romo, el de Alergia Pediátrica, que sabía vida y milagros (y miserias) de toda la jet salmantina, desde la cuernicracia hasta los políticos, con especial atención a los "cátedros" y aspirantes a ello de la Facultad de Medicina. En esa libreta atesoro el desorden de aquel primer despachito que nos reunió en la rotación por Interna del Virgen de la Vega, estábamos en 3º (Rocío y Jorge lo deben tener grabado igual que yo, sobre todo las persecuciones a los médicos por el "atajo de las pentosas": nadie hay más veloz que un doctor por los pasillos de la planta); las eternas horas de espera en Paritorios (ninguna buena mujer quería dar a luz para nosotros, ¿eh, Mati?: planteémonos algunas cosas, tú); las surrealistas conversaciones en la pajarera del histórico Hospital Provincial hoy reconvertido en Residencia Geriátrica con Juanjo de inmejorable contertulio; los nombres de aquellos profesores que me hicieron sentir además de alumno compañero: Barrueco, Mories, Arribas, Teresa Carbajosa y Rubén, Varela, Susana (¿hija de Don Alberto?), María Bueno y María José Dalmau, César y Amalia estas últimas semanas... y tantos otros que en algún instante me enseñaron algo o intentaron hacerlo. Mi bata, mi querida bata blanca por un año, recibía en su bolsillo inferior izquierdo al estetoscopio, al fonendo que no sé por qué tantos llevan colgado al cuello (yo seguiré fiel a mi costumbre). Y en su bolsillo superior izquierdo, bien pegado al corazón, he logrado meter a todos y cada uno de los pacientes que en estos años no sólo he observado sino que he mirado, no sólo he auscultado sino que he escuchado, no sólo he palpado sino que he estrechado su mano en el dolor o la duda. Desde aquellos ancianos de Interna con sus ictus a cuestas a estos de Oncología, esclavos de las malas noticias. Desde las criaturitas de la UCI de neonatos hasta las abuelillas mejicanas de aquel verano del que alguna vez escribiré en detalle. Cuando hace unas horas metí la bata en la lavadora sabía que acto seguido empezaría a centrifugar recuerdos, a echar de menos la voz de los pacientes que al salir de la consulta con todo el alma decían: "Mucha suerte, majo". ¡Gracias!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

...pues claro que me acuerdo del "atajo de las pentosas", pero el momento cúlmen de esas prácticas fue cuando hicimos la historia clínica al tendero (como rajaba el tío...) y su historia de las patatas, llegó un momento que no podía más y solté la carcajada.
...qué despacho...a alguien que le gustase mínimamente el orden se le ponían los pelos de punta (eso era peor que una película de miedo).

Que recuerdos, éramos unos enanos (bueno y ahora también, jaja).

Muchos besos.

Lucano dijo...

Vaya peripecias, compañera. Aquel hombrito era un show, encantado de hablar; el contrapunto, el hijo borde de aquel otro señor, que parece que le molestaba nuestra presencia. Y mientras, nuestro médico buscando algún trozo de papel donde explicarnos por enésima vez las derivaciones del electrocardiograma. Papel que luego tiraba o amontonaba en su cuadra.

Muchos besos, González Aguado: o sea, mi compañera de fatigas habitual.

Anónimo dijo...

Las practicas nos han enseñado sobre todo a tener paciencia esperando con los medicos, nosotros si q esperabamos, mas de lo q esperan los pacientes para q les vean.
Profesores q vaya a recordar de mis practicas: en primer lugar a Palomar, un ejemplo de medico, al resto de medicos de Zamora, a la Dra. Rascon, gran amiga y q me animo muchisimo a continuar en mi tiempo de bajon. de salamanca a los del centro de salud san juan, a los residentes de pediatria y tambien al Dr. Tomas Gonzalez (padre) q aunq no lo haya visto trabajar solo con oirlo hablar emociona ser medico de pueblo, de capital o donde sea, pero medico de verdad
Gracias a todos los q me han ayudado en este camino y siento q el resto no sepan transmitir la pasion que representa esta profesion
HIJO MIO, HAZTE MEDICO, q dice Esculapio

Lucano dijo...

Transmitiré tus palabras a Tomás padre (desde luego que él hizo suyas las palabras de Esculapio, pero en silencio, con su ejemplo, sin tradiciones ni orientaciones de por medio) y nunca agradeceré lo suficiente a esa doctora que te animara a seguir en la brecha (todos hemos pasado por momentos de duda, como es normal). Seamos nosotros transmisores de esta bendita pasión.