viernes, 25 de mayo de 2007

El disputado voto del señor Cayo

No creo que me abra expediente la Junta Electoral por tirarme al ruedo casi entrando en la llamada jornada de reflexión, pues no voy a pedir el voto para ninguna candidatura, claro está. El domingo estoy llamado a opinar en la elección del alcalde de Salamanca (mejor dicho, de los concejales que lo harán luego) y del presidente de la Junta de Castilla y León (bueno, de los procuradores de la provincia que más tarde lo votarán en las Cortes regionales). La papeleta blanca municipal la introduciré en la urna; la asalmonada para el parlamento de Valladolid me sobra, como la del Senado, y es que por un instante me rebelaré y me sentiré en un estado unicameral y sin autonomías que multiplican gastos y problemas. A lo que yo iba esta noche: mi recuerdo al señor Cayo de la genial novela de Delibes. Lo he recordado a menudo en estos días de campaña, que reconozco he seguido desde una perspectiva entre anecdótica y escéptica. Porque curiosidades nunca faltan, como esa formación bilbaína que quiere hacer cuadrada la Plaza Circular para que sea más fácil pillar un taxi los domingos por la mañana, o esos candidatos gemelos gallegos que se llevan a matar, o los partidos del voto en blanco, que como no entra en el recuento se presentan para dejar vacíos los escaños y dar un toque de atención al sistema... Abundan los candidatos exóticos, las propuestas descabelladas y los programas imposibles de cumplir. Cansan las promesas deslumbrantes y los mensajes triunfalistas. Y me sigue faltando la palabra justa del señor Cayo. Escasa y precisa. Su sabiduría rural del norte de Burgos, con la conciencia tranquila, puesta en frente de las chaquetas de pana de atolondrados candidatos a la caza de un futuro cómodo, confiados en que aquellos viajes a una agreste comarca fueran los últimos. Sigo viendo en el señor Cayo la serenidad que brilla por su ausencia en tantos de nuestros políticos, ávidos del cargo y reacios al servicio (a Dios gracias no todos, pues muchos alcaldes de pueblo seguramente son el mejor asidero de sus convecinos). Sigue deleitándome la soledad del señor Cayo, tan distante de mítines y carpas, de folletos y disfraces. No sabemos a quién voto el señor Cayo, pero bien estaría siendo él.

3 comentarios:

Cvlocolorao dijo...

Y seguimos dándole vueltas a España... ¿a quien votar? ¿a que? ¿modelo de estado? que insensatez de autonomía... quizá no votemos lo mismo, es mas, quizá a veces vote yo y tu no lo hagas y al revés. Pero al final lo esencial, por delante. Que distintas serían las cosas si el sentido común y la experiencia en primera persona lo invadieran todo... como el señor Cayo y su disputado voto... votar realidad.

Ana Pedrero dijo...

Lo mejor es un modelo de Estado como Salamora: un poquito de anarquía, otro de amistad, otro de pasión, otro de deseos y sueños. Sin esquemas piramidales, sin depredadores, sin campañas, sin complejos y sin mentiras. Deberíamos planteárnoslo.

Lucano dijo...

Claro que sí. Sería un planteamiento a tener muy en cuenta para hacer honor a esta jornada, y reflexionar junto a la lumbre en casa del señor Cayo...