martes, 22 de mayo de 2007

Por los viejos tiempos

El día que me llevaron a la clase de Sor Luisa creo que lloré. Acostumbrado a la escuela unitaria de Villar de Ciervo, aquello me debía resultar excesivo: mucho pasillo, hasta escaleras... y lejos de Salamanca. Creo que sólo volví a llorar el día que me fui, seis años después, cuando me esperaba Salamanca pero dejaba atrás tantos buenos momentos vividos en Carrión. Hasta partido de despedida tuve, y recuerdo que ganamos a los de 5º, ¡y marqué! Era un viernes por la tarde agrio, con lo dulces que siempre eran las tardes de los viernes. Porque los viernes planeábamos los del colegio de monjas cómo ganar el sábado a los de las Nacionales, y solíamos conseguirlo. O incluso entrenábamos, pues al día siguiente nos poníamos en camino, con afición incluida siempre llenando el autobús, rumbo a Baltanás, a Villamuriel, a Osorno o a Torquemada, para competir en los Juegos Escolares. Los viernes acabábamos los trabajos manuales del Día de la Madre (qué orgulloso estoy, tan manazas que es uno, del macetero y alguna otra obra de arte); en mayo, rendíamos pleitesía a la Madre: "Venid y vamos todos con flores a María"; nos juntábamos en las reuniones de JMV; también era la jornada de las excursiones a Burgos o a Segovia... Pero sin duda tal viernes como el próximo, el anterior a Pentecostés, era el más esperado. Comenzaban las fiestas, ya anunciadas durante las semanas previas en los partidos de cada recreo entre morados y amarillos, pues según el curso éramos de un bando u otro, con los colores de la bandera de Carrión. Paradojas de la vida que un morado como yo, de los de brazalete y bandera (que el patio parecía un estadio griego por lo menos), haya acabado de amarillo. El hecho es que el cohete daba inicio a los festejos: a los juegos del sábado por la mañana, a la exposición (siempre ponían mis cuadernos de Sociales, porque mis mapas eran... de exposición), a la caza de cintas y el cross, a la verbena, a los partidos entre padres, a los coros y danzas (todas las compañeras vestidas de zagalas bailando la Jota de Villamoronta es algo inolvidable), a la chocolatada, a la tómbola misionera pensando en el hermano Rúa que venía a vernos desde Madagascar, y por supuesto a la Misa en el patio con su correspondiente vino español. Este viernes será distinto. Lo es desde hace unos años. Por desgracia, el Colegio Espíritu Santo ya no vive más que en la nostalgia de párrafos como éste, pues la escasez de alumnos hizo que las Hijas de la Caridad renunciasen a mantenerlo. Aunque no haya cohete, me pondré en fiesta de nuevo. En fiesta de gratitud por lo aprendido y lo sentido, por lo guardado en la mente y lo acogido en el corazón. Por los amigos que ya no leerán esto, que como lo fueron en nuestra infancia lo serán siempre. Por las carreras delante de Teresa Infante, la mujer más veloz que pueda imaginarse. Por los disfraces que ya nunca me pondría. Por el año que le dimos la copa a los morados. Por Pedrito, mi compañero de esquilas y vinajeras. Por las clases de Sor Susana y las postales que cruzo con Sor Isabel cada Navidad. Por los viejos tiempos que yo hago nuevos a menudo, y más que nunca este viernes, cuando prenderé el cohete de la amistad y me parecerá estar corriendo por el patio desierto de mis recuerdos, cantándole a la Milagrosa y agitando al viento la bandera morada de mis amores de niño de pueblo.

5 comentarios:

LUIS SANTOS DE DIOS dijo...

¡Qué recuerdos!
¡Quién me iba a decir que aquí, en "mi" Salamanca, Lucano me haría recordar mi niñez!
¡Sí! Yo también estuve con las Hijas de la Caridad, yo también hice fiestas, procesiones (con qué ilusión esperábamos la de Fátima por el patio del colegio). Qué gran recuerdo de Sor Carmen, andaluza grande y con inmenso corazón, que me inculcó el espíritu que he mantenido durante toda mi vida. ¡Cómo las tardes de viernes rezábamos el rosario guiados por la "chasca" de madera que, a veces, además de para marcar las letanías, también servía para materializar coscorrones. Y después de rezar, infantil ilusión, los elegidos nos quedábamos a limpiar el aula para dejarla impoluta hasta el lunes. Y digo lo de elegidos sin doble sentido, pues éramos los de mejores notas los que nos quedábamos por estricta selección de Sor Carmen.
Y el cine de los sábados, y las excursiones a Madrid, y las peleas con las chicas, y la leche en polvo de los recreos, y... lo siento, las lágrimas ahora no me dejan seguir.
Yo estuve en el Colegio de San José de las Hijas de la Caridad.
¡Quién me lo iba a decir!
Gracias, Lucano, por despertar unos recuerdos que habían desaparecido de mi acartonado corazón.

Lucano dijo...

Me alegra haberlos despertado, Luis. Y sobre todo, que tengamos buen recuerdo de esas "sores": andaluza tu Sor Carmen, vascas y castellanas la mayoría de las que me enseñaron a mí. Un abrazo vicenciano.

Cvlocolorao dijo...

Precioso Lucano... me has hecho recordar el patio de mi cole las tardes de los viernes y aquel diabólico macetero...

Ana Pedrero dijo...

Pues aquí tenéis a otra de las Hijas de la Caridad, que ahora vuelve cada día a su patio para coger de la mano a la siguiente generación, a la pequeña Lucía. Y el año que viene también a Teresa. Es "La Milagrosa", de Zamora. Y un año me vistieron de monja y todo para hacer de Luisa de Marillac. Toma ya!!.

p.d. Lucano, además en Carrión, seguro que la rubia más rubia de tu clase era una de mi sangre... jajaja. Un beso.

Lucano dijo...

La rubia rubísima de todo Carrión era ella, claro que sí, y le venía al pelo ser... amarilla, aghhhh.