domingo, 10 de junio de 2007

Alfonso

Urget nos. Ha dormido prácticamente toda la tarde, cual oso hibernando, como es costumbre en él. No ha cenado, apenas dos cucharadas de sopa para seguir durmiendo. Ya metido en la cama tenía ganas de tertulia, de hablarme de esa hija que va a estudiar enfermería para cuidar a los que estén como papá. Habla poco, pero de vez en cuando le apetece ser escuchado, y nunca faltan al final tres o cuatro sonoros "gracias" que se abren paso entre las sábanas. Hoy pedía morirse de una vez y pronto encontró motivos para seguir viviendo: el amigo que trabaja de sol a sol, el hermano con la clavícula rota, la hija de la foto de la mesilla... Es el pan nuestro de cada jueves, que se hace silencio o herida, que busca (supongo) y encuentra (espero), que toma carne en el hombre y no deja de gritar. Escribía yo esto el pasado noviembre, después de un jueves en la casa, y me refería al bueno de Alfonso. Ayer a estas horas su maltrecho cuerpo agotó las últimas fuerzas y dejó de respirar, y se apagó como se apagaba cada tarde, pero de verdad, encaminándose a otros lugares donde hacerse escuchar con sus silencios, donde abrirse paso con la torpeza tierna de sus pasos contados, de su andador y sus caídas que cada poco nos lo mandaban a la planta de neurocirugía, como aquella noche de otoño en que nos pasamos las horas muertas viendo caer gota a gota el suero de sus dolores de cabeza. Dejó de ingeniárselas para encender los cigarros que le convertían en un amasijo de huesos humeante; de levantar la vista únicamente para saber qué premio se llevaban los concursantes del programa de Jesús Vázquez; de indicar con maestría dónde empalmar los cables para que el árbol y el Nacimiento alegrasen el salón de sus largas postraciones; de esperar con ansia esa escapada a Lourdes de cada primavera, buscando más la amistad que el milagro, y que ahora tenía tan fresca en la memoria; de contestar las llamadas en aquel teléfono móvil con el escudito de su querido Real Madrid, tocado con la varita de la suerte que él no tuvo nunca. Porque Alfonso era madrileño de los de la Iglesia de la Paloma, aunque fuera el pobre que pedía en la puerta. En la puerta de su Paloma del alma llamó ayer a estas horas, y no tengo dudas de que le abrieron de par en par, y él diría "gracias" una y otra vez. Gracias a él. Descanse en paz.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy bonito lo q has escrito de el, espero q no me fallen las fuerzas, ni sobre todo la fe, y q llegados los momentos de dolor y sufrimiento, yo sea capaz de elegir seguir viviendo, porque cada dia hay algo por lo q agradecer y alabar a Dios. Espero también q alguien algún día piense así en mí, me dedique unos momentos y escriba cosas tan bonitas como vos, caballero. Un abrazo.

Ana Pedrero dijo...

Tomás: no sé si te vale que te diga que estoy llorando. Conozco por desgracia cómo la enfermedad se ceba en los que quieres hasta convertir su día a día en una letanía de dolores y falta de fuerzas. Tu Alfonso me ha llevado hasta el recuerdo de un amigo del alma. No pidió en la puerta nunca, pero siempre contemplé de cerca, con toda la ternura del mundo, cómo se despedía de nosotros. Dios te bendiga, porque sabes de las heridas del cuerpo y curas las del alma. Un beso.

Anónimo dijo...

Despues de mucho dudar me he decidido a dejarte unas palabras, para que simplemente, acompañen tan buenos sentimientos alli hacia donde se dirigen. Con gente asi en el mundo, este deja de ser gris hasta en las peores ciscunstancias.

Lucano dijo...

Gracias por vuestras palabras, y por pensar en él. Y gracias a todos los que le han acompañado en la casa hasta el último momento y han compartido estas palabras.