miércoles, 8 de agosto de 2007

Estrellas amarillas










Apuntaba yo el otro día en el correo electrónico que envío cada semana a los cofrades que con la Fiesta de la Transfiguración del Señor empezaba una especie de Cuaresma menor, la que nos lleva hasta la Fiesta de la Exaltación de la Cruz. La Iglesia ha querido evocar en su calendario litúrgico los cuarenta días que, según la Tradición, separaron el Tabor del Calvario. Los que transcurrieron entre el trono de la Luz, siendo Jesús escoltado por Moisés y Elías, y el trono de la Cruz, acompañado el Señor por Dimas y Gestas. Y así, con esta premisa de empezar el camino hacia la Fiesta de la Cruz, les invitaba a fijarnos esta semana en una luz que se nos hace la encontradiza, y dejarnos alumbrar por ella. No es otra que la santa de mañana, día 9, Teresa Benedicta de la Cruz, en su vida como seglar Edith Stein. Sin duda, una de las mujeres más apasionantes del siglo XX. Nació en 1891 en Breslau/Wroclaw, entonces Alemania y hoy Polonia, siempre capital de Silesia, ciudad marcada por esos vaivenes del alma europea, en el seno de una familia judía, aunque pronto se alejaría de la religión. Discípula de Husserl, su condición de mujer le impidió la obtención de una cátedra universitaria, algo que sin duda se hubiese ajustado a su brillantez intelectual en los campos de la fenomenología y la filosofía antropológica. Seguramente el impacto de haber contemplado el dolor en la Gran Guerra, en la que asistió como enfermera, le hizo cuestionarse sus convicciones ateas, incapaz de dar respuesta a la miseria humana. Fue la lectura de la Vida de Santa Teresa de Jesús la que le hizo confesar: “Ésta es la Verdad. Recibió el agua del Bautismo el 1 de enero de 1922. Desde entonces desarrolló un ingente apostolado como seglar, hasta que en 1934 tomó el hábito carmelitano. Como religiosa siguió padeciendo la persecución del régimen nazi por su condición de judía, lo que le hizo sentir cada vez más suya la Cruz del Señor, hasta abrazarla con todo amor el 9 de agosto de 1942, cuando murió gaseada con Zyklon B en el campo de exterminio de Auschwitz, el lugar donde un año antes había muerto el padre Maximiliano Kolbe. Juan Pablo II la canonizó en 1998 y al año siguiente puso a Europa bajo su patronazgo. Es un foco de reconciliación, pues Teresa nunca renegó de Edith, la cristiana católica vio con claridad que en Jesús se perfeccionaba su judaísmo: era el Mesías que esperaban sus padres. Cuando estaba leyendo sus escritos sobre la Cruz volví por unos minutos a la mañana de marzo en que hace cuatro años visité el campo de Terezin, cerca de Praga, donde murieron tantos hombres y mujeres víctimas del nazismo. De esa mañana proceden las fotografías que ilustran estas líneas: una Estrella de David y una Cruz reinando en un páramo tachonado de tumbas. Y es así como logro imaginar que en aquel agosto de 1942 la noche de la lluvia de estrellas, la de las lágrimas de San Lorenzo, fue una noche de estrellas amarillas. El cielo tachonado de estrellas tristes que no eran sino las lágrimas de un mártir por otra mártir, por tantas muertes, regando el atisbo de vida que ha florecido en su recuerdo y da fruto cada vez que alguien reza al Dios Padre de todos y se sabe con Él una sola cosa. Más allá del color del cristal con que miremos las estrellas.

2 comentarios:

Alberto dijo...

Magnífica reflexión. Los cristianos de hoy tenemos mucho que aprender de esta santa. Cuando la mayoría social de hoy se mueve sin la menor transcendencia en su vida, ya no solo sin el concepto de Dios, si no también sin un mínimo de reflexión o pensamiento, esta santa nos muestra como a pesar de tener un sólido conocimiento filosófico, la razón última sigue siendo Jesucristo. Ése fue el último motivo de su vida. Santa Teresa benedicta de la Cruz murió en una cámara de gas abrazada a un crucifijo. Y lo hizo en la oleada de persecución nazi contra los conversos cristianos motivada por la negativa de la Iglesia a retractarse de un documento en el que manifestaba su total reprobación al régimen fascista. Así la recuerda la Iglesia. Gracias por traernos su memoria.

Lucano dijo...

Con un "padrenuestro" en la boca murió. Sigamos recordándola.