martes, 9 de octubre de 2007

Un golpe helado

No recuerdo haberme tomado un helado de paseo este verano. Ni muchos han sido los ratos de calor ni acostumbro a combatirlos con estos dulces que terminan por incrementar la sed. Pero la tarde del pasado jueves no pude negarme. Embutido ya en el sayo (que pasó hace tiempo el cuarenta de agosto) y hasta con una liviana cazadora cruzamos el Puente Nuevo, que no es sino el segundo más antiguo, y Javier se empeñó en invitarme. En la gasolinera tenían Camy y de repente vi en el cartel, eclipsando a Elsa Pataky, mi helado de la infancia, el Almendrado. Fue el entretenimiento hasta casi la Plaza, mientras me hablaba de sus cuentos de la lechera con la casa de Zamora, esa cuya cerradura le habían cambiado unos familiares mal avenidos. Me temo que unas largas semanas en Topas habían puesto tierra de por medio con los pocos lazos que tuviera con el resto del mundo. Me habló de Oslo, de Italia, de los excesos en Marbella, donde siempre vivió este muy viajado hombre de ojos celestes, canoso y descuidado. Sin "el bicho" (ése no, otros sí), pero con nosotros. No sé muy bien cómo fue a parar a la casa, pero había llegado. Cuando le vi por primera vez me imaginé a Billy Bones entrando en la taberna El Almirante Benbow. Aunque pudiera ser Long John Silver, por su cojera, en la que arrastraba una vida demasiado intensamente quemada. Quizá el cofre del tesoro, a falta de isla, se le cayó al Tormes ayer, cuando cruzaba el Puente Nuevo en busca de viejos vicios. Un hachazo invisible y homicida. Demasiada dosis de demasiada mierda. Un empujón brutal te ha derribado, Javier. Descanse en paz.

1 comentario:

Ana Pedrero dijo...

Impresionante, Tomás. Un golpe helado, un hachazo, un mal viaje, el bulevar de los sueños rotos... quién sabe.
Descanse en paz.