jueves, 6 de diciembre de 2007

De una parroquia al Salón de los Pasos Perdidos

El 24 de septiembre de 1810, muy de mañana, la gaditana Villa de la Isla de León contempló el nacimiento de las que después serían conocidas como Cortes de Cádiz, autoproclamadas constituyentes y depositarias de la independencia de España. Se afirmarían con ellas y su Constitución la soberanía nacional y la libertad el 19 de marzo de 1812. La pintura de Casado del Alisal nos muestra la iglesia parroquial de los santos apóstoles Pedro y Pablo, meta de la procesión cívica comenzada en el Ayuntamiento y donde la Eucaristía precedió al juramento de los señores diputados, que año y medio más tarde alumbrarían el feliz texto en el Oratorio de San Felipe Neri de la vecina Cádiz.

"La Constitución, pregonando un gobierno representativo, y asegurando la libertad civil y la de la imprenta, con muchas mejoras en la potestad judicial y en el gobierno de los pueblos, daba un gran paso hacia el bien y la prosperidad de la Nación y de sus individuos. El tiempo y las luces cada día en aumento hubieran acabado por perfeccionar la obra todavía muy incompleta. Y en verdad, ¿cómo podría esperarse que los españoles hubieran de un golpe formado una Constitución exenta de errores, y sin tocar en escollos que no evitaron en sus revoluciones Inglaterra y Francia? Cuando se pasa del despotismo a la libertad, sobreviene las más de las veces un rebosamiento y crecida de ideas teóricas, que sólo mengua con la experiencia y los desengaños. Fortuna si no se derrama y rompe aún más allá, acompañando a la mudanza atropellamientos y persecuciones. Las Cortes de España se mantuvieron inocentes y puras de excesos y malos hechos. ¡Ojalá pudiera ostentar los mismo el gobierno absoluto que acudió en pos de ellas y las destruyó!" (VII Conde de Toreno en su Historia del levantamiento, guerra y revolución de España).

El 6 de diciembre de 2007 me he asomado, no tan de mañana sino ya al mediodía, al Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados, donde tiene su medallón precisamente el Conde de Toreno. La Dos ha retransmitido el breve y austero acto institucional con que la vigente Constitución celebraba que cumple "veintitodos". Hoy, como entonces en la isla de León aunque por diferentes motivos, no estaba el Rey. Faltaba la Familia Real, que quizá no acude por norma en este día, no lo sé. Lo desconozco, porque a menudo dedico la fiesta de "Santa Constitución" a algún plan con la familia o los amigos, pero este año no ha tocado. Por desgracia, la España oficial, amontonada en un hermoso y pequeño salón, iba de oscuro, con las sonrisas a media asta, porque ya son dos los féretros cubiertos con la bandera nacional esta semana. Sobre ellos, tricornios más negros que nunca y medallas a título póstumo que no sirven para enjugar las lágrimas.

No sé si se habrán perdido muchos pasos, pero sí que el realizador de TVE, tras ofrecernos el diálogo afable entre el Presidente del Gobierno y el Nuncio de Su Santidad, se ha comido con patatas el saludo de Zapatero con Rajoy, ¡vaya reflejos! De todos modos, me interesaba el discurso de Manuel Marín en su último 6 de diciembre como Presidente del Congreso. Y no me ha defraudado. Sentido, certero, rotundo: "No se puede repetir una legislatura tan dura y tan ruda como la que hemos tenido". Aceptando que "la Constitución no es un mito intocable", ha renegado de la España "iconoclasta y cainita" que se resiste a aceptar la verdad de que puede hacer algo bueno, o muy bueno, porque a su juicio la Historia ya ha juzgado como "un éxito colectivo" nuestra Carta Magna. Quizá es pronto, pero tiene razón en lo severos que somos con nosotros mismos. Ha apelado "al consenso y al sentido del límite". En fin, palabras llenas de uno que se va, frente a las palabras a menudo tan vacías de uno que parece que se queda. Marín terminó ofreciendo "un somero vaso de agua" a los presentes, pues no es día de cócteles y oropeles. Entonces La Dos cortó la retransmisión y allí dejé a la España oficial, a los magistrados y los ministros, a los portavoces parlamentarios y los diplomáticos, con sus vasos de agua portados en bandejas por los ujieres del Congreso. Cuando ya se iban los maceros y el cambio de plano televisivo mostraba la bandera desde otro ángulo: durante el discurso de Marín sólo se veía en el escudo el cuartel de León, como si España mirase esta mañana al viejo reino, a sus primeras Cortes, y también a la isla donde otra mañana, desafiando al océano como de costumbre, dejó de perder pasos para caminar unida hacia el horizonte de la libertad, a golpe de incensario que perfuma las piedras vivas que son sus hijos.

Paradojas de la vida y de la muerte: otrora, el Rey "preso" en la Bayona de Francia, que todo lo invadía en España salvo la isla y Cádiz; ahora, los guardias muertos también en Bayona, y a Francia se ha agradecido la detención de esos españoles que quieren construir su propia isla sustentada en el crimen. Paradojas de España, que es toda ella misterio y pasión. Para bien y para mal. Para seguir queriéndola ganando todos los pasos y todas las vidas que dejó, que dejamos, por el camino en mañanas como éstas.

8 comentarios:

Lucano dijo...

Tienen estas líneas un desencadenante, que animo a descubrir visitando las últimas entradas de "Anudando palabras", sin duda sustanciosos debates de los que Cvlocolorao es perfecto anfitrión. Buscadlo en el "Elenco de buenas gentes", a la izquierda de vuestros monitores.

Ana Pedrero dijo...

Recuerdo que la primera vez que pisé el Oratorio de San Felipe fui a visitarlo por el mero hecho de conocer el lugar donde fue proclamada la primera Constitución de España y sus colonias. La señora que cuidaba el recinto se percató de la emoción que me embargaba y me dijo: es una pena; los españoles no vienen a ver el oratorio, y sin embargo la gente de América se emociona como tú ante las tumbas y el recuerdo de los diputados constituyentes.

Mucho después, el Oratorio serviría como marco para innumerables conciertos. Recuerdo que mientras cantaba y dejaba que la música se adueñase de su cúpula ovalada, nunca dejó de emocionarme el hecho de que, de alguna manera, sumaba mi voz a los ecos de aquellos que creyeron en la igualdad de los hombres y en la libertad de pensamiento.
Por eso a mi Cái se le llamará siempre "cuna de la libertad".

Un beso.

Lucano dijo...

Me enseñarás el Oratorio algún día, ¿verdad? Uno de esos lugares imprescindibles. Otro beso.

Ana Pedrero dijo...

Claro que sí, Tomás, claro que sí. Y seguro que cantaremos juntos, aunque sea desde la partitura del silencio. El barroco lo dejo para otras ocasiones.
Un beso.

Anónimo dijo...

Magnifica reflexion y analogia entre 1812 y 2007.

; veintitodos, como yo.

Alberto dijo...

Magníficas palabras que han enlzado el hoy y el ayer.

Un abrazo.

Víctor L. Gómez dijo...

Tomas, eres un fenómeno tocas todos los palos en tu blog.

Os confiero (a ti y Antonio), que tengo impresos vuestros artículos de política-historia, para usarlos de "apuntes de cabecera".

Que el espíritu de la constitución gaditana se apodere de los lideres políticos españoles, que falta les hace.

La crispación es un sinónimo de ignorancia.

Abrazos, Víctor.

Lucano dijo...

Qué cosas dices, Víctor.

Hale, "marchemos todos juntos, y tú el primero, por la senda constitucional" ;-), pero esta vez en serio, no como en tiempos de "El Deseado", que era un indeseable.