sábado, 1 de diciembre de 2007

Los terceros cajones


- El Sol, los domingos, mira directamente a la Tierra.

- ¿Y cuando está nublado?
- Entonces también la mira, aunque no podamos verle.


Anoche no era Cerralbos de Sella como en "You´re the one", sino Cenciella y su "Luz de domingo". Garci rubrica su tríptico de amor, es decir, la misma película tres veces, como hacen tantos autores. "Historia de un beso" no la he visto pero la imagino. Cuando uno acude a la llamada de la adictiva nostalgia, ansioso por repetir experiencias, suele hacerlo y se queda a gusto. Así yo anoche. Relata los hechos un trasunto de Pérez de Ayala, otro Don Ramón; éste, médico rural curtido en mil serenas batallas. Médico de los que escriben. Silencioso, observador, hasta solitario. Corría el año 1911 ó 1912... Cuando se ponían más tildes que ahora. Y los hechos son unos pocos, no muchos, los justos. Son más las tertulias, las miradas, los paisajes. Es decir: las apariencias, las verdades, los lugares comunes. Son tantos los papeles acumulados, los que ya se cubrieron del polvo del olvido, se volvieron incómodos, tuvieron su momento... Cientos de párrafos debió completar Don Ramón en su apartada mesa de Casa Parrulo, tan cerca pero a la vez tan lejos de la barra donde un indiano y una uruguaya pugnaban a ver quien añoraba con más ahínco la fatua Nueva York. Tan próximo y tan distante de los pulsos, de las partidas de cartas, de los tableros de ajedrez. Tan dentro de Cenciella pero tan fuera, tan dentro de sí mismo. Tan inspirado por los lienzos de Urbano como por la grácil belleza de Estrella. Tan asqueado del caciquismo de los becerriles como de la penumbra que impera desde los lunes hasta los sábados. Debió llenar Don Ramón miles de cuartillas, cuadernos por docenas hasta hacer reventar de palabras su tercer cajón. Todos tenemos uno. O, en su defecto, una caja metálica de ésas que no cierran bien y no vamos a molestarnos en arreglar, porque de algún modo han de aventarse nuestros secretos. Todos tenemos un tercer cajón para dedicarle la tarde de los domingos sin luz si no estamos lo suficientemente enamorados como para imaginarnos que el Sol nos mira fijamente, nos baña y nos alumbra. Entonces, nos ponemos a escribir a modo de terapia de médico de pueblo.

8 comentarios:

Ana Pedrero dijo...

Gracias por explicármelo así de bien, Tomás. Procuraré dejarme querer por el sol, aunque vea el cielo nublado. Seguro que detrás también brilla un poquito para mí. Mientras, dejaré tambíén abierto el tercer cajón, para que vuelen los recuerdos que hacen daño. Y escribiré folios nuevos que almacenar en él.

Un abrazo.

Lucano dijo...

Siempre hay folios por estrenar y después llevar en procesión de ofrendas hasta el tercer cajón de cada cual. Otro abrazo.

Lola dijo...

Bueno, Garci siempre rueda historias tan sentimentales como Luz de domingo, aunque sí, en esta ocasión le veo más sensibilidad en la historia. Me sigue gustando más You are the one.
Ojala tuviera esas tardes de domingo porque desde hace años tengo que trabajar esas tardes tan especiales...Cachis.

Lucano dijo...

Entonces te fabricarás tus propios domingos entre semana. Es inevitable. Todo es cuestión de concertar cita con el Sol... y con las nubes.

Anónimo dijo...

lo importante es querer llenar los cajones, así nos damos cuenta de que estamos vivos. Cajones vacíos dan más tristeza que los recuerdos que pueda ocasionar tenerlos llenos.
siento no haberme asomado antes, así escribo dos veces

Lucano dijo...

Cajones vacíos dan ganas de llenarlos. Y cuánto cuesta vaciar los que están llenos. Así estamos... ;-)

LUIS SANTOS DE DIOS dijo...

Tercer cajón de fondo ignoto, en el que todo tiene cabida. Lo nuestro y lo que nos dejan. Impreso y manuscrito. Desde aquellos cromos de colección, ahora añejos, pero gastados desde siempre por el manoseo infantil, hasta las reflexiones de una madurez que a veces quisiéramos no tener. Tercer cajón en el que siempre hay pegado un caramelo ya usado que, en ocasiones, no nos importaría volver a chupar.
Siempre nos queda ese tercer cajón para volver a vivir lo que añoramos y seguir llenándolo de futuro.
Un saludo,
Luis Santos

Lucano dijo...

Gran verdad, Luis: ese caramelo que no pierde del todo su sabor, que queremos como el primero de los amores y el último de los buenos momentos. Y que no nos atrevemos a desenvolver del todo, para que siga atesorando tantos recuerdos. A veces, incluso el papel que lo protege acuna un verso que no ha encontrado poema donde caerse vivo...